![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFM8Z7Hc-R0VuwMXLCVmzEvlkLQRDg8XQACkYW0kbrRYr9LGWvX2bHD3ht7TUfzG8c8fOa_bISjFO02s69zK7DbZ5OP5WxBxPZmnGDo1pjT_UYjXSUdttnFQnBK4nhYbfDfVuYXXEBg_uz/s200/mind+2.jpg)
He oído en numerosas ocasiones creencias que relacionan la
edad con la incapacidad de aprender cosas nuevas, a que, cuando te haces adulto
cuesta más aprender. Esto no es del todo cierto, salvo que suframos alguna enfermedad. Lo que si es seguro es que
nosotros mismos nos limitamos con ese tipo de creencias y “bloqueamos” esa
capacidad, también discriminamos más nuestros intereses y desarrollamos
patrones emocionales que nos orientan más a unos aprendizajes que a otros, y
hábitos que nos anclan, en nuestro detrimento, porque, aunque no queramos, no cesamos de aprender ya que vivimos con muchos cambios y mucha información. No podemos evitarlo. De hecho, si tuviéramos que nombrar una característica
básica de nuestro cerebro ésta sería la de aprender. Está diseñado para eso. El
motivo es que es fundamental para la supervivencia y ni siquiera necesita de
nuestra conciencia para cumplir con su cometido. Así que, salvo lesión o
enfermedad, el cerebro aprende si o si… y muchos ya lo saben…
De hecho, muchos cambios se dificultan, por lo bien que
funciona esta capacidad. Que estemos aprendiendo constantemente, no quiere decir que lo hagamos bien, que aprendamos siempre cosas que nos sean útiles. A veces tenemos que desaprender cosas que nuestro
cerebro ha aprendido muy bien (normalmente de manera inconsciente). Y según su
carga emocional, el equivalente podría ser igual que superar cualquier otra
adicción.
Hay varios factores inherentes a nuestra capacidad de
aprendizaje que determinan la calidad y asimilación del mismo, y que, sumados
lo fortalecen. El movimiento, la carga emocional, la atención, el
discernimiento y la repetición influyen sumando profundidad y conciencia al
mismo, pero, en cualquier caso, nuestra conciencia ha tenido poco que ver en
gran parte de lo aprendido: Nuestro cerebro aprende si o si.
Lo bueno de haber llegado a ser conscientes de nuestra
conciencia, es que podemos utilizarla para comprender cómo lo hacemos (aprender)
y hacerlo más efectivo. Y también para discriminar los estímulos externos e
internos que influyen en qué y cómo aprendemos.
Aprendizaje por repetición, lo más básico
Cada vez que captamos un estímulo exterior (a través de
nuestros sentidos), sea consciente o no, lo comparamos con la información que
ya tenemos para catalogarlo en el mapa de nuestra psique. Nos pasa con todo lo
que percibimos, desde comportamientos de otros (en parte gracias a las neuronas
espejo), a imágenes, conceptos o palabras. Lo notamos cuando se nos “pegan”
gestos, posturas, o nos sorprendemos imitando un comportamiento de nuestros
padres, o nos sabemos la canción del verano aunque la detestemos.
Esto pasa porque cada pensamiento se traduce biológicamente
en un mapa neuronal (descargas eléctricas entre las sinopsis y que liberan
diferentes productos químicos que provocan una reacción física). Pues, como si
un caminito fuera, cuanto más utilizamos ese trayecto, más marcado queda,
interpretando el cerebro que ese es un camino útil (puesto que lo usamos mucho)
y prefiriéndolo a otros caminos menos conocidos en caso de reacción automática.
Este mecanismo inconsciente es bien conocido por los
expertos en neuromarketing (esos que gastan mogollón de pasta en investigación
del cerebro para saber cómo hacernos consumir más), y saben que funciona y
además cómo se refuerza. Por ello las multinacionales a veces contratan dos
espacios casi seguidos en el mismo bloque de publicidad, por ejemplo, y si además el anuncio tiene alguna
canción, gesto (anclaje por cinestesia) o frase pegadiza, mejor que mejor, y si
además se dirigen a nuestra parte emocional más básica (aceptación del grupo,
éxito, seguridad…), tienen muchas papeletas para que el mensaje cale. No
olvidemos que hablan a nuestro subconsciente, saltándose la parte analítica…
Solo si somos conscientes de ello, podemos manejarlo.
Aquí viene muy a cuento esa famosa frase que se le atribuye
a un muchimillonario muchipoderoso: “Una mentira repetida mil veces se
convierte en verdad”. A base de repetición, nuestro inconsciente crea una
creencia, esto es una idea con una carga emocional determinada que nos termina
poniendo muy difícil racionalizar la idea a razón de a que necesidad primaria
está satisfaciendo (subsistencia, seguridad, aceptación…). Cambiarla, en muchos
casos es impensable porque toca directamente el ego, la autoimagen y puede
suponer tal trauma (las cosas no son lo que creía) que hasta se niegue la
evidencia de lo contrario a lo creído, teniéndola delante.
Así que, así son las cosas y así van las cosas. Solo la
conciencia lo cura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario