Técnica de Conciencia Física de las Emociones

Ser consciente de las propias emociones es la habilidad más básica de nuestra inteligencia emocional, porque no podemos gestionar ni elegir sobre algo de lo que no tenemos conocimiento.

De hecho, (y con razón), P. Salovey y J. Mayer la describieron como la primera habilidad, de las cinco en las que consideran que componen nuestra inteligencia emociona. Darnos cuenta de qué sentimos en el momento en el que lo sentimos nos permite reaccionar de manera positiva para nosotros. Con esto me refiero a que la reacción sea coherente para nosotros y no conlleve un malestar posterior innecesario (arrepentimiento, humillación, rechazo, culpa...). Es una herramienta que, bien manejada, nos permite actuar asertivamente e incluso manejar el tono emocional de una situación (lo que hace un mediador).

Ser conscientes de nuestras emociones en el momento que emergen depende de lo mucho o poco que hayamos aprendido a engañarnos. Es decir, en ciertas circunstancias o con ciertas personas nos surgen emociones que hemos aprendido a reprimir (porque no sea "adecuada", o porque duele o por lo que sea). Al instante que surge la sustituimos por otra reacción emocional, por ejemplo reaccionar con enfado a algo que en realidad nos entristece, y puede que lo hayamos aprendido tan bien, incluso que sólo suceda de forma inconsciente. Cuando esto ocurre solemos darnos cuenta cuando sufrimos las consecuencias, ya que la emoción no ha sido transformada, sino reprimida... y tarde o temprano saldrá, o bien en una reacción explosiva y desproporcionada o bien enfermando.

Pues bien, el malestar que nos provoque una situación cualquiera es lo que precisamente nos va a servir para remediarlo, (algo así como una vacuna). Cuando nos sentimos mal emocionalmente, hay explicación, sólo hay que saber leerla. Las emociones nos sirven básicamente para indicarnos cuando es algo bueno o malo para nosotros, cuando nos tenemos que acercar o alejar de algo. Por eso tenemos que observar ese malestar, porque es lo que nos da la respuesta para librarnos de él. Tenemos que coger la sensación general y despiezarla, observar cuándo surge, dar nombre a cada emoción que la compone, y, si quieres transformar, elegir en qué y hacerse las preguntas adecuadas. Pero para hacer todo esto, antes tenemos que ser conscientes de lo que sentimos.

La única manera de volver al pasado es con la memoria, y este es el momento de utilizarla, y no para recrearnos y quedarnos anclados a lo mal que lo hicimos, sino para saber qué podemos modificar para cambiar los resultados futuros. Hay que ponerse en "modo" observar sin juzgar, en este caso las sensaciones corporales serán nuestra guía.

Es un ejercicio que yo he utilizado eficazmente. Puede ser una potente herramienta de transformación, ya que al hacernos conscientes de lo que nos perturba nos da de inmediato el poder de cambiarlo:


        Escoje una situación de la que te haya quedado un malestar indefinido. en la que hayas sentido una emoción recurrente, algo que se te dé frecuentemente y que quieras cambiar.

        Repasa la situación hasta que encuentras el punto exacto del cambio de ánimo (¿Qué pasó?, ¿qué te dijeron?, ¿qué te dijiste?)

        Repasa, ahora más lentamente, intentando captar qué exactamente te afectó y cómo (qué acción, palabra, o qué tono de voz), ¿Cuál fue el estímulo, el detonante?

       Revive el instante fijándote en qué parte de tu cuerpo lo sientes. Esta parte es importante, repite para grabarla bien y el cuerpo te avisará. La sensación física te permitirá hacerte más consciente y no ignorar la emoción cuando surja... y así poder reaccionar cómo elijamos). Ponle nombre.

        Decide cómo quieres sentir y actuar en ese momento y ensáyalo mentalmente. Lógicamente el fin de todo esto es sentirse mejor, así que elige qué quieres sentir, si puedes ponle nombre, si no, lo importante es que también grabes la sensación física, cómo quieres sentirte.


Ahora vuelve a rememorar la situación, y en el momento en que surja la sensación que no queremos, la transformamos en la que hemos elegido conscientemente. Si a la vez que hacemos el cambio, asociamos la sensación deseada a un sonido o un movimiento, estaremos creando un ancla que nos ayudará a ponernos en ese estado. Cuanta más repetición, más eficacia.


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