Hoy quiero hacerle un homenaje a una mujer excepcional, por su inteligencia, carácter y aportaciones al la neurociencia y también a la libertad de las mujeres. Murió en 2012 con 103 años, después de dedicar su vida a la investigación del cerebro. Excepcional también por su longevidad y por su actividad: celebró su siglo de vida dando una conferencia sobre el cerebro.
Me encontré esta entrevista personal que además incluye una breve biografía introductoria. Aunque no es una entrevista científica, me parece que es muy interesante conocer las opiniones de alguien que pudo y supo vivir como quería pese a las circustancias, y que, a punto de ser centenaria, seguía en activo, supervisando su laboratorio, dando clases y conferencias. La entrevista fué realizada y publicada en 2009, tres días antes de su 100 cumpleaños. Aquí la reproduzco íntegra.
Me encontré esta entrevista personal que además incluye una breve biografía introductoria. Aunque no es una entrevista científica, me parece que es muy interesante conocer las opiniones de alguien que pudo y supo vivir como quería pese a las circustancias, y que, a punto de ser centenaria, seguía en activo, supervisando su laboratorio, dando clases y conferencias. La entrevista fué realizada y publicada en 2009, tres días antes de su 100 cumpleaños. Aquí la reproduzco íntegra.
"No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir" Rita Levi-Montalcini
La científica
italiana, premio Nobel de Medicina, soltera y feminista perpetua -"yo
soy mi propio marido", dijo siempre- y senadora vitalicia produce
todavía más fascinación cuando se la conoce de cerca. Apenas oye y ve
con dificultad, pero no para: investiga, da conferencias, ayuda a los
menos favorecidos, y conversa y recuerda con lucidez asombrosa.
Sobrada de carácter, deja ver su coquetería en las preciosas joyas
que luce, un brazalete que hizo ella misma para su gemela Paola, el
anillo de pedida de su madre, un espléndido broche también diseñado por
ella. Desde sus ojos verdes vivísimos, Levi-Montalcini escruta a un
reducido grupo de periodistas en la sede de su fundación romana, donde
cada tarde impulsa programas de educación para las mujeres africanas.
Por las mañanas visita el European Brain Research Institute, el
instituto que creó en Roma, y supervisa los experimentos de "un grupo de
estupendas científicas jóvenes, todas mujeres", que siguen aprendiendo
cosas sobre la molécula proteica llamada Factor de Crecimiento Nervioso
(NGF), que ella descubrió en 1951 y que juega un papel esencial en la
multiplicación de las células, y sobre el cerebro, su gran especialidad.
"Son todas féminas, sí, y eso demuestra que el talento no tiene sexo.
Mujeres y hombres tenemos idéntica capacidad mental", dice.
Con ella está, desde hace 40 años, su mano derecha, Giuseppina Tripodi, con quien acaba de publicar un libro de memorias, La clepsidra de una vida,
síntesis de su apasionante historia: su nacimiento en Turín dentro de
una familia de origen sefardí, la decisión precoz de estudiar y no
casarse para no repetir el modelo de su madre, sometida al "dominio
victoriano" del padre; el fascismo y las leyes raciales de Mussolini que
le obligaron a huir a Bélgica y a dejar la universidad; sus años de
trabajo como zoóloga en Misuri (Estados Unidos), el premio en Estocolmo
-"ese asunto que me hizo feliz pero famosa"-, sus lecturas y sus amigos
(Kafka, Calvino, el íntimo Primo Levi), hasta llegar al presente.
Sigue viviendo a fondo, come una sola vez al día y duerme tres horas.
Su actitud científica y vital sigue siendo de izquierdas. Pura cuestión
de raciocinio, explica, porque la culpa de las grandes desdichas de la
humanidad la tiene el hemisferio derecho del cerebro. "Es la parte
instintiva, la que sirvió para hacer bajar al australopithecus
del árbol y salvarle la vida. La tenemos poco desarrollada y es la zona a
la que apelan los dictadores para que las masas les sigan. Todas las
tragedias se apoyan siempre en ese hemisferio que desconfía del
diferente".
Laica y rigurosa, apoya sin rodeos el testamento biológico y la
eutanasia. Y no teme a la muerte. "Es lo natural, llegará un día pero no
matará lo que hice. Sólo acabará con mi cuerpo". Para su centenario, la
profesora no quiere regalos, fiestas ni honores. Ese día dará una
conferencia sobre el cerebro.
Pregunta. ¿Cómo es la vida a los cien años?
Respuesta. Estupenda. Sólo oigo con audífono y veo
poco, pero el cerebro sigue funcionando. Mejor que nunca. Acumulas
experiencias y aprendes a descartar lo que no sirve.
P. ¿Se arrepiente de no haber tenido hijos?
R. No. Era adolescente cuando decidí que nunca me casaría. Nunca habría obedecido a un hombre como mi madre obedecía a mi padre.
P. ¿Recuerda el momento en que decidió estudiar? ¿Qué dijo su padre?
R. Era el periodo victoriano. Mi padre era una
persona de gran valor intelectual y moral, pero un victoriano. Desde
niña estaba contra eso, porque veía a mi padre dominar todo, y decidí
que no quería estar en un segundo plano como mi madre, a la que adoraba.
Ella no mandaba. Dije a mi padre que no quería ser ni madre ni esposa,
que quería ser científica y dedicarme a los otros, utilizar las
poquísimas capacidades que tenía para ayudar a los que necesitaban. Que
quería ser médica y ayudar a los que sufrían. Él me dijo: "No lo apruebo
pero no puedo impedírtelo".
P. ¿Qué momentos de su vida han sido más emocionantes?
R. El descubrimiento que hice, que hoy es más
importante que entonces. Cuando cada experimento confirmaba mi
hipótesis, que iba completamente contra los dogmas de ese tiempo, viví
momentos emocionantes. Quizás el más emocionante. Por el resto, el
reconocimiento de Estocolmo me dio mucho placer, claro, pero fue menos
emocionante.
P. Su tesis demostró que, de los dos hemisferios del cerebro, uno está menos desarrollado que el otro.
R. Sí, el cerebro límbico, el hemisferio derecho, no
ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente,
todavía hoy predomina sobre el otro. Todo lo que pasa en las grandes
tragedias se debe al hecho de que este cerebro arcaico domina al de la
verdadera razón. Por eso debemos estar alerta. Hoy puede ser el fin de
la humanidad. En todas las grandes tragedias se camufla la inteligencia y
el razonamiento con ese instinto de bajo nivel. Los regímenes
totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las
poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el
origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el
razonamiento. El peligro es que aquello que salvó al australopithecus cuando bajó del árbol siga predominando.
P. En cien años usted ha conocido esos totalitarismos. ¿Cómo se puede evitar que vuelvan?
R. Hay que comenzar en la infancia, con la
educación. El comportamiento humano no es genético sino epigenético, el
niño de dos o tres años asume el ambiente en el que vive, y también el
odio por el diferente y todas esas cosas atroces que han pasado y que
pasan todavía.
P. ¿Qué aprendió de sus padres? ¿Qué valores le transmitieron?
R. Lo más importante era comportarse de una manera
razonable, saber lo que vale de verdad. Tener un comportamiento riguroso
y bueno, pero sin la idea del premio o el castigo. No existía la idea
del cielo y el infierno. Éramos religiosos, pero la actitud ante la vida
no tenía que ver con la religión. Existía el sentido del deber, pero
sin compensación post mortem. Debíamos comportarnos bien, eso
era una obligación. Entonces no se hablaba de genética, pero era ese
espíritu. Sin premio ni miedo.
P. Su origen es sefardí. ¿Hablaban español en casa?
R. No, nunca tuvimos mucha relación con esa lengua.
Sabíamos que veníamos de la parte sefardí y no de la askenazi, pero no
se hablaba de ello, no nos importaba mucho ser de una u otra. Spinoza me
hacía feliz, era un gran referente cultural, y todo lo que sabíamos
procedía de los grandes pensadores hebreos, pero no había un sentido de
orgullo, de ser mejores, nunca pensamos así.
P. ¿Basta un siglo para comprender a Italia?
R. Es un país maravilloso, por el clima, por la
historia del Renacimiento, y por sus enormes contribuciones, su historia
formidable de capacidad y descubrimientos. Me sentí siempre judía e
italiana, las dos cosas al 100%. No veía dificultad en eso.
P. ¿Cómo ve a Italia hoy?
R. Tiene un fortísimo capital humano, capacidad
innovadora y de convivencia, orgullo del pasado, y no se siente
demasiado afectada por las cosas negativas, como la mafia. Siempre sentí
que era un país del que era una suerte formar parte y haber nacido. Ser
italianos era parte de nosotros, nadie nos preguntaba si éramos
italianos o no. También era una suerte ser judía. No conocí la Biblia,
no tuve una educación religiosa, y me reflejaba en el capital artístico y
moral italiano y judío. No pertenecí a una pequeña minoría perseguida,
sabía que eso ocurría, pero no me sentía parte de ello. Desde niña me
sentía igual que los demás. Cuando me preguntaban "¿cuál es tu
religión?", contestaba: "Yo, librepensadora", y nadie sabía qué era eso.
Y tu padre qué es: ingeniero.
P. ¿Cómo vivió el fascismo?
R. No siento rencor personal. Sin las leyes
raciales, que determinaron que los judíos éramos una raza inferior, no
hubiera tenido que recluirme en mi habitación para trabajar, en Turín y
luego en Asti. Pero nunca me sentí inferior.
P. ¿Así que no sintió miedo?
R. Miedo, no; desprecio y odio sí, netamente por
Mussolini. A mi profesor Giuseppe Levi lo seguí paso a paso y era feliz
por lo que él valientemente osaba hacer y decir. Nunca sentí la
persecución porque mis compañeros de universidad católicos me
consideraban igual. Y no tuve sensación de peligro. Cuando empezaron las
persecuciones, eran tan inmundas las cosas que se decían que no me daba
por aludida. Estaba ya licenciada en 1936, había estudiado con Renato
Dulbecco, católico, y Salvatore Luria, judío, y no tenía sensación de
ser distinta.
P. ¿Cree que hay peligro de que vuelva el fascismo?
R. Sí, en los momentos críticos prevalece más la
componente instintiva del cerebro, que se camufla de raciocinio y anima a
los jóvenes a razonar como si fueran parte de una raza superior.
P. ¿Ha seguido la polémica sobre el Papa, los preservativos y el sida?
R. No comparto lo que ha dicho.
P. ¿Y qué piensa del poder que tiene la Iglesia? ¿Es demasiado?
R. Sí. Fui la primera mujer admitida en la Academia
Pontificia y tuve una buena relación con Pablo VI y con Wojtyla, también
con Ratzinger, aunque menos profunda que con Pablo VI, al que estimaba
mucho. No la tuve en cambio con aquel considerado el Papa Bueno,
Roncalli (Juan XXIII), que para mí no era bueno, porque era muy amigo de
Mussolini y cuando comenzaron las leyes antifascistas dijo que había
hecho un gran bien a Italia.
P. ¿Ha cambiado mucho su pensamiento a lo largo de la vida?
R. Poco, poco. Siempre pensé que la mujer estaba
destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza física y no
por la mental. Y con la fuerza física puedes ser maletero, pero no un
genio. Lo pienso todavía.
P. ¿Le importó alguna vez la gloria?
R. Para mí, la medicina era la forma de ayudar a los
que no tenían la suerte de vivir en una familia de alto nivel cultural
como la mía. Esa línea recta no ha cambiado. La actividad científica y
la social son la misma cosa. La ayuda a las mujeres africanas y la
medicina son lo mismo.
P. ¿El cerebro sigue siendo un misterio?
R. No. Ahora es mucho menos misterioso. El
desarrollo de la ciencia es formidable, sabemos cómo funciona desde el
lado científico y tecnológico. Su estudio ya no es un privilegio de los
expertos en anatomía, fisiología o comportamiento. Los anatomistas no
han hecho gran cosa, quitando algunos. Ahora ya no hay barreras.
Físicos, matemáticos, informáticos, bioquímicos y biomoleculares, todos
aportan cosas nuevas. Y eso abre posibilidades a nuevos descubrimientos
cada día. Yo misma, a los 100 años, sigo haciendo descubrimientos que
creo importantes sobre el funcionamiento del factor que descubrí hace
más de 50 años.
P. ¿Hará fiesta de cumpleaños?
R. No, me gustaría ser olvidada, ésa es mi
esperanza. No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que
la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad
mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de
pensar ni de vivir...
P. Díganos el secreto.
R. La única forma es seguir pensando, desinteresarse
de uno mismo y ser indiferente a la muerte, porque la muerte no nos
golpea a nosotros sino a nuestro cuerpo, y los mensajes que uno deja
persisten. Cuando muera, solo morirá mi pequeñísimo cuerpo.
P. ¿Está preparada?
R. No hace falta. Morir es lógico.
P. ¿Cuánto desearía vivir?
R. El tiempo que funcione el cerebro. Cuando por
factores químicos pierda la capacidad de pensar, dejaré dicho en mi
testamento biológico que quiero ser ayudada a dejar mi vida con
dignidad. Puede pasar mañana o pasado mañana. Eso no es importante. Lo
importante es vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio
izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia
y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana.
Autor: MIGUEL MORA. Esta entrevista pertenece al suplemento Domingo del 19 de abril de 2009
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