Curiosamente,
aunque todo el mundo acepta que existen enfermedades psicosomáticas
(incluso tiene nombre el fenómeno), y todo el mundo sabe que se utiliza
el placebo en experimentos, me da la impresión de que no se ha
asimilado, en realidad, la enorme influencia que tiene la mente sobre el
cuerpo. Tal vez lo tomamos como hechos curiosos o aislados que implican
un cierto límite, pero a todos nos pasa, y el límite está en cada uno.
Tenemos la capacidad de transformar nuestro cuerpo con lo que pensamos, somos capaces de transformar un hecho de nuestra vida en una úlcera de estómago; o en problemas de piel, o en tensión muscular… (cada cual tiene su parte “preferida”), y por supuesto, también podemos causarnos el efecto contrario. Todo depende de cómo utilicemos nuestra mente.
Tenemos la capacidad de transformar nuestro cuerpo con lo que pensamos, somos capaces de transformar un hecho de nuestra vida en una úlcera de estómago; o en problemas de piel, o en tensión muscular… (cada cual tiene su parte “preferida”), y por supuesto, también podemos causarnos el efecto contrario. Todo depende de cómo utilicemos nuestra mente.
El
sistema límbico entre otras cosas se encarga de preparar la respuesta
física adecuada a un estímulo, el ejemplo más claro, es la preparación
ante una amenaza: se nos acelera el corazón con objeto de proporcionar
más sangre a nuestros músculos para correr, se nos dilatan las
pupilas... Estas reacciones físicas se producen porque cada emoción
tiene asociado un componente químico determinado que es enviado en una
fracción de segundo a través del torrente sanguíneo desde la amígdala,
es decir, una emoción no es sólo algo mental.
Estos
compuestos químicos, llamados neuropéptidos, llegan hasta la zona que
les corresponde y se insertan en las células, a modo de llave,
transformándolas y provocando una reacción en nuestro cuerpo. Lo
sintamos o no, cada una de nuestras emociones tiene su correspondiente
asociación física (nos ponemos rojos, nos sudan las manos, sentimos
opresión en el pecho o mariposas en el estómago, nos sentimos volar...).
Por
otro lado, los estímulos que nos provocan las descargas emocionales,
pueden ser exteriores o interiores (lo que pensamos), y el cerebro no
distingue dónde se produce. Si un pensamiento nos produce miedo, o
placer, o ira, la respuesta física será la misma.
Por
tanto, cambiar nuestros hábitos de pensamiento, supone una mejora (y la
prevención más eficaz) para nuestra salud, al disminuir o eliminar una
carga excesiva de “alertas”o abusos emocionales (pena, miedo, angustia,
ira, ansiedad...) a los que sometemos a nuestro cuerpo y que actúan
sobre el ritmo cardiaco, la tensión arterial, las hormonas, el sistema
digestivo, el sistema inmunológico, el sistema muscular, la piel, etc.
Extracto del Manual Se tu Propi@ Maestr@
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